¿#Salimosmasfuertes de la epidemia de coronavirus? profecías autoincumplidas

Autor: Jaime Fernández de Bobadilla Osorio

Terrazas a rebosar, gente sin mascarilla a medio metro como mucho. Además, y en parte porque, dice el gobierno poniendo en boca, un poco con calzador, de casi todos los periódicos nacionales que #Salimosmasfuertes; y también dicen algunos expertos-profeta que no va a haber rebrote (no sé cómo lo saben) y otros (¡o los mismos!), dicen que sí; lo cual es, paradójicamente, un alivio. El calor y el aire libre ponen las cosas más difíciles al virus, es cierto; pero no es suficiente. Hasta que todos estemos seguros de cuál de las muchas bolas de cristal que surgen como hongos después de la lluvia es la buena, voy a sacar la mía, que también «soy de Dios» para hacer un poco de abogado del diablo. Y voy a hacer mi propia profecía para que no se cumpla, que es lo que suele y debe pasar con las profecías epidémicas sensatas.

La campaña #Salimosmasfuertes del gobierno ha tenido, algo de buena intención de animar a la gente, mucho de prisa por ponerse una medalla, y todo de inoportuna. Está por ver que hayamos salido y seguro que no más fuertes. Después de un breve periodo reciente de lucidez técnica aprobando, por fin, la mascarilla obligatoria y promoviendo la realización de test, parece que el gobierno vuelve a las andadas con ese estilo propagandístico que no va bien en las epidemias. Sabemos que la sola percepción de autoeficacia, de hecho la aumenta. Si nos sentimos capaces de hacer algo, es más probable que lo consigamos y  viceversa. Es lo que se conoce como “profecía autocumplida” y funciona muy bien en algunas terapias psicológicas. También fuera del área sanitaria o médico-científica, como en el coaching, en los partidos de tenis (¡Vamos, vamos!) y en el marketing. Pero, lo siento, en las epidemias, no. Ocurre justo al revés: la profecía se autoincumple. Si todo el mundo relaja las medidas de protección porque piensa que ya “hemos salido”, aumenta la probabilidad de que las cosas vayan mal y viceversa. Algunos de los asesores influyentes del gobierno saben mucho de marketing y quizá no tanto de epidemias y así, muchos ciudadanos han salido, no sé si más fuertes pero en tromba,  ávidos de normalidad y hartos (no es de extrañar) de restricciones, a llenar alegremente las terrazas, muchos sin mascarilla y sin respetar la distancia de seguridad.

Y ahora, voy con un poco de matemáticas. Me ahorraré lo del inventor del ajedrez y los granos de trigo, porque los lectores experimentaron de primera mano lo contraintuitivas y traicioneras que son las funciones exponenciales cuando el tsunami arrasó (no sólo desbordó) el sistema sanitario en marzo. Aunque, igual que el fondo marino después de un tsunami, la capacidad de regeneración de nuestra sanidad pública, es asombrosa. Voy entonces, con otras exponenciales que tienen que ver con el riesgo individual. Los humanos, cuando una conducta de riesgo aislada nos parece asumible, tendemos a pensar que el riesgo de ejecutarla de forma continuada, también lo es. Esta percepción errónea conduce a una infravaloración, a veces adaptativa, de las conductas de riesgo.

Ilustraré de forma técnica este «tanto va el cántaro a la fuente» de toda la vida. Los datos no son precisos, los he redondeado para facilitar la epxlicación. En la Comunidad de Madrid, las cosas han ido a mejor, los hospitales se han ido recuperando y las UVIs aliviándose. Con 200 casos /día (datos Cdad de Madrid) y un periodo infeccioso de 10 días, habría unos 2000 sujetos infecciosos. Los positivos oficiales son menos que los reales ¿Cuánto? La diferencia es tanto mayor cuanto menor es el porcentaje de positivos respecto al total de test. Hace semanas era solo el 10% de los reales: en un estudio serológico nacional se estimó que el 5% de la población española (2,35 millones) había sido contagiada y en aquel momento, la cifra oficial de contagiados era 235.000. Hoy la magnitud del error es mucho menor: la proporción de positivos sobre el total de test realizados mucho menor. Imaginemos que el número real es 3,35 veces el oficial (una estimación quizá pesimista para tener un número con el que sea fácil trabajar): 6700 sujetos, exactamente el 1 por mil de la población de la Comunidad de Madrid. Aclaro que no es mi objetivo con este artículo poner en cuestión ni defender el cambios de fase, ya que ni tengo toda la información ni lo he analizado con suficiente profundidad. Lo que sí sé seguro, es que el resultado final, no sólo depende de la decisión de cambiar de fase, si no de lo que se haga a partir de ahora.  Las administraciones deberían intentar en lo posible que se cumpla la norma (mascarilla obligatoria y distancia de seguridad), y también empeñarse en el testeo sistemático y rastreo de casos. No sugiero que haya que actuar como cuando se perseguía a aquellos corredores solitarios, que se echaban desesperados al monte al inicio del confinamiento, poniendo “grave e irresponsablemente” en riesgo la salud de nadie; pero entre eso y hacer la “vista gorda” de forma sistemática, supongo que hay un término medio.

Y vuelvo, al hilo que dejé en el aire, a ese riesgo del 1 por mil, a ver qué pasa. Supongamos que un sujeto sano (usted por ejemplo) tiene 20 contactos (simultáneos o sucesivos) sin protección alguna en un solo día que duran un rato, lo suficiente como para contagiarse ¿Cuál sería el riesgo de contagio? Bastaría con que uno de los 20 contactos sea infeccioso para contagiarse, por tanto, la probabilidad de contagiarse sería la complementaria de la probabilidad de que los 20 sean sanos. Es decir, 1 menos 0,999 elevado a la 20, que resulta ser 1 menos 0,98 es decir el 0,02 en tanto por 1: el 2%. Alguno diría ¡Pues me la juego! Venga esa cervecita con l@s amig@s todos bien juntit@s y sin mascarilla, que ya sería mala suerte! ¿Y si repetimos conductas parecidas, con 20 contactos diarios no protegidos en un comercio, con un amig@ o en el metro, durante dos semanas seguidas? Sorpresa: La probabilidad de contagiarse pasa al 25% (1 menos 0,98 elevado a 14) ¿Y durante 1 mes? casi el 50%, cara o cruz. El argumento aplica a casi todas las comunidades autónomas. Si en vez del 1 por 1000 es el 0,5 por mil, el principio no cambia. Todo esto bajo el supuesto conservador de un riesgo constante, pero ese riesgo empieza a crecer a medida que el número de sujetos recién infectados pasan a ser infecciosos. Si hiciéramos un modelo matemático (tipo Markov) el riesgo sería progresivamente más alto. Además, los ciudadanos tienden a pensar si hay 200 infectados nuevos, hay 200 con capacidad de infectar y no 6700 con lo cual se infraestima aún más el riesgo: ¿Pero cómo me va a tocar a mí si solo hay 200? Y salen a la terraza a tomar algo con los amigos, sin mascarilla y a 50 centímetros.

Termino con un ruego, una profecía y una regla nemotécnica. Mi ruego es que tomemos muy en serio las medidas de lavado de manos, distancia de seguridad y mascarilla obligatoria. Mi profecía autoincumplida (que espero que mucha gente crea, para que se autoincumpla): si no se toman en serio estas medidas nos encontraremos, incluso antes del otoño, pese al sol y el aire libre, otra vez, con demasiados enfermos ingresados y más muertos que llorar.

Cierro con mi regla nemotécnica: con sólo 200 infectados diarios en la Comunidad de Madrid, si no vas con mascarilla respetando además la distancia de seguridad de 200 centímetros; si te acercas a 50 centímetros, en un mes, tu riesgo de contagiarte será del 50% ¿Quién lo diría?

Lo dicen las exponenciales, que son muy traicioneras.

 

El criterio expresado en el artículo es el mío propio y no necesariamente el de la institución Hospital Universitario La Paz.

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